Hemingway en un lado del banco y Nietzsche en el otro.
Frente a ellos, dos sillas. A y B escuchan.
HEMINGWAY.- No hay nada que escribir, Friedrich. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina y sangrar.
NIETZSCHE.- Entre todo cuanto se escribe, Ernest, yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. [Dirigiéndose a A y B] Escribid vosotrxs con sangre, y comprenderéis que la sangre es espíritu.

Soy lo que soy
A.- ¿Sangrar?
VOZ EN OFF.- Sí, sangrar porque me nacieron así. Se sangra porque persōna es, literalmente, máscara teatral. Sangro porque somos seres que resonamos a través de máscaras. Se sangra porque llevamos máscaras para no volver a sufrir. La única forma es sangrar porque la máscara es lo que oculto y el teatro el lugar para verlo. Sangro porque me estoy desprendiendo de esa máscara, desarraigándome de ella. Sangro para Serlo.
B.- ¿Entonces no sangras, hacemos teatro?
VOZ EN OFF.- Sangrar es teatro.
Parto de lo no domesticado ni del todo vencido por la máscara.
Esto no es una máscara. Es la piel bajo la máscara.
Esto es sangre.

El instante en que cae la máscara, la que todo lo tapa, no se escoge
VOZ EN OFF.- En realidad, es difícil Ser. Serlo. Bueno, en realidad, como hablaba Zarathustra, es difícil demostrar el ser, y es difícil hacerle hablar. Por eso, teatro.
En realidad, soy tan frágil y estoy tan angustiado —sí, como tú— que sólo a través de una máscara puedo expresar el vacío existencial que en realidad soy. Somos máscaras, sí, pero no por capricho o hipocresía, sino porque es nuestra naturaleza. Y si no se conoce nuestra naturaleza, nunca se puede avanzar. De hecho, llegamos a tener tantas naturalezas porque no dejamos de recibir impactos que nos llevan de un sitio a otro. Porque cuando me he atrevido a quitarme la máscara que el mundo me impone —y yo he aceptado—, sale mi locura, que es mi verdadera esencia. Pero, en el fondo, no deja de ser otra máscara más, ¿verdad?
Por eso, en el teatro la esencia siempre acaba por encontrar la manera de revelarse. Así que lo más probable es que lo único que hace que expresemos cosas que incluso ni sospechamos es la máscara. El teatro. Porque, como los personajes de la obra, en la circunstancia adecuada, te puedo presentar la mejor y la peor de mis caras.
Porque quien no es capaz de serlo todo, no es capaz de ser nada.
A.- Así que lo más probable es que seamos teatro.
B.- Realidad e imaginación.
A.- Porque, aunque sea contradictorio, no se puede ser sin la consciencia de ser. Porque el instante en que cae la máscara que todo lo tapa no se escoge. No se escoge ni siquiera que caiga, porque una máscara puede llevarse toda la vida. O casi.
B.- Una o más.
A.- Tantas como sea necesario para no verme, para no verte, para no ver al otrx.
B.- Máscara porque si expresase todo lo que siento —la cara y la cruz, el anverso y el reverso, todo mi inconsciente cuando ya es consciente, mis errores y mis aprendizajes, todas mis emociones tantas veces disfrazadas de sentimientos, todos mis monstruos y mis ángeles, mi luz y mi oscuridad— sería tan frágil como lo es el cristal sobre un escenario.
A.- Y, B, da igual de la generación que seas. Somos frágiles porque la gente no cambia, sólo cambian las circunstancias, y todxs consideramos, en mayor o menor medida, que ser y hacer nuestra vida es una falta de respeto a los que nos nacieron y a nuestros antepasados. Por eso, lo importante es llegar a tu teatro: al lugar del que salió la primera máscara, del que salí yo, del que saliste tú, y reconciliarme con lo que tenga que reconciliarme, teniendo fe en que sólo cortando los hilos se puede empezar a elaborar el vestuario.
B.- Entonces, ¿es necesario ser reconocido para pertenecer?.
VOZ EN OFF.- No, no se pertenece a un lugar por el hecho de que te reconozcan, por el hecho de que te reconozcas. Por eso todavía no os atrevéis a despediros de ciertas cosas, de ciertas máscaras. Porque despedirse duele.
B.- Pero yo sé que sólo cuando no me identifico, cuando no me reconozco con nada, sólo entonces veo la realidad, cuando no considero nada mío.
VOZ OFF.- Claro, por eso todo lo que llevamos todxs dentro es cristal.
A.- Y cuando el cristal se rompe, te cortas.
B.- Y cuando te cortas, sangras...
Y cuando sangras, duele.
A.- Todxs creemos en nuestra existencia, B, pero sólo los que sufren —y hay mil maneras de sufrir— la perciben. Ese estremecimiento de felicidad que sólo conocen los que más sufren. El dolor, como el humor, es teatro: el que yo necesité para, a pesar de lo que duele y asusta, vencerme a mí mismo, no abandonar y re-nacerme, comenzar mi vida. Porque sí, cada cual tiene la suya.
B.- Para no convertirme en un apéndice de nada ni de nadie, sintiendo que el animal que no se aleja de la manada siempre permanece asustado y vulnerable. Porque, como nos explicó Haru, ningún fruto debe sentir dolor por separarse del lugar en el que nace; más que nada porque la planta no puede alimentarlo cuando ya está maduro.
A.- Aunque gracias a esa planta nació, creció protegido a pesar de los obstáculos y se mantuvo.
B.- Sí, A, pero, hasta Zarathustra, al cumplir los treinta años, abandonó su patria y los lagos de su patria, y se retiró a la montaña.
A.- Una planta que no consigue desprenderse del fruto maduro no puede hacer más que marchitarse. Y un fruto que se queda enganchado a la planta en la que nace no puede hacer más que pudrirse, nos enseñó Haru.
B.- Yo, tú, nosotroxs, no somos frutos, ni plantas. Por eso duele, por lo menos hasta que lo descubres, lo aceptas y actúas. Porque, ¿qué debemos hacer si alguien, incluso inconscientemente, quiere detener nuestro camino para mejorar el suyo?.
A.- Cambiar la consciencia, la mía y la de cada cosa. Darse cuenta, igual que lo hacemos nosotrxs, personajes durante la obra. Al final, siento que he avanzado con tal lentitud que he llegado enseguida, porque he aceptado que es tan sólo un punto más en el camino.
B.- Como cuando estás inmerso en un montaje como éste.
A.- Sí, uno importante, en el que he comprendido que, como en el teatro, hay que saber darle a cada cosa el tiempo adecuado. Y para eso, he tenido —y tendré— que arrancarme las máscaras y observarlas con una honestidad cruda y sin excusas; con el trabajo, la constancia, la conciencia y el sacrificio que supone, para, tras soportar, rebelarme, jugar y crear, empezar de nuevo y seguir.
Porque no es sólo el primer paso el que duele y asusta —como cuando sales a escena, como el primer beso del teatro—: siempre lo hará, y está bien así, porque estamos aquí, en el teatro.

A.- Lo dejo todo para dedicarme al teatro.
B.- Eso no es lo que habíamos planeado.
Nuestro destino no es el que nos crean ni el que creemos crear, sino más bien lo que se nos cruza en el camino —el teatro— cuando nos desviamos por razones impensadas
A.- Ninguno nos convertimos en algo distinto de lo que somos —como los personajes de la obra, que somos como somos—. Las decisiones que tomamos nos acercan más y más a lo que somos y, al mismo tiempo, nos alejan de la imagen que tenemos de nosotrxs mismos.
B.- Para el juego divino del crear, A, se necesita un santo decir "sí"; que el espíritu, que se retiró del mundo, luche ya por voluntad propia. Por eso crear implica el riesgo, entre otros, de apostar por unx mismo alineando pensamientos, palabras y actos, reconociendo que, incluso distinguiendo entre el bien y el mal, a veces...
A.- Yo he escogido el mal.
B.- Y no ha sido una equivocación, sino la posibilidad de conocerme un poco mejor. Y para eso hay que saber quién se ha sido y quién se es. Y sí, eso asusta y duele tanto que, por momentos, quiero abandonar.
A.- Sin embargo, sé que si huyo, tarde o temprano tengo que volver para poder marcharme. Porque no puede huir ni abandonar alguien que tiene el deber de irse —como cuando un personaje debe salir de escena—. Porque sólo se puede llegar desde el error —el ensayo—, desde la soledad —el camerino— y desde el desengaño —el ego—.
B.- Sí, saber asusta, pero perderse angustia. Por eso, A, siempre nos dan mapas —máscaras—. Para todo. Para que no sintamos el dolor, el susto y la angustia de perdernos. Pero hay que perderse para encontrar. Porque sí: cuando estás perdido encuentras. Yo, buscándome, encontré a Teatro.
A.- O él me encontró a ti.
B.- Sí, nos encontramos. Teatro como disciplina que me permite seguir el conocimiento y no la emoción, para llegar a esa armonía cuando la disciplina consigue que me olvide de mí mismo y, por lo tanto, de mi esfuerzo. Y, entonces, sólo hace falta vivir, hacer teatro.
A.- ¿Sabes, B? Encontrar también duele porque te enfrentas a lo que has sido, a lo que eres y a lo que querrías ser, y porque surgen las dudas y el autocuestionamiento —y esto los actores lo sabemos bien—.
B.- Sí, pero en esos momentos también está Teatro.
A.- Sí, porque en un escenario lo que asusta y angustia —propio y del personaje— lo encarnas, lo expresas y lo juegas como proceso, como camino que consiste en hacerse, no en acabarse. Porque nunca se acaba, porque no es un destino. Es un puente y no una meta, porque amar es un tránsito y un ocaso.
B.- Es un personaje que sostiene la transformación constante de su vida y descubre que no se trata de llegar a un punto y decir: "Ya lo logré".
A.- Eso nunca les pasa a los personajes.
B.- Tampoco a nosotrxs. Tampoco a ti, que nos ves. Tampoco a mí, que nunca llegaré a estar preparado si pienso que estoy preparado cuando no lo estoy. Porque yo, desde hace algunos años que encontré a Teatro, no hago otra cosa que entender la importancia de recordar los pasos, observarlos ahora y, al mismo tiempo, levantar la mirada y entregarme a donde el camino decida seguir. Porque, si no, siempre acabo tropezando y perdiéndome. Haciéndome daño a mí, a ti y a los demás.
A.- Yo aquí, charlando contigo y con ellxs, me estoy respetando a mí, a ti y a los demás. Y quienes respeten esto pueden estar a mi lado, porque importa quién soy, sí. Importa también a quien dejo vivir y hacer teatro a mi lado. Prefiero compañía escasa a mala. Porque, si no, seguiré siendo ese personaje que, desde niño, le han enseñado que debe encontrar quién es y quedarse ahí. Porque vivimos en una obra de teatro en la que, con suerte, a los dieciséis puedes elegir entre ciencias o letras.
B.- A los dieciocho, entre trabajar o estudiar.
A.- A los veintidós, aspirar a un trabajo para toda la vida.
B.- A los treinta, a encontrar a tu media naranja.
A.- A los treinta y tres, a hipotecarte de por vida. Y a los treinta y seis, a repetir el ciclo para tener un hijx. Sí, porque algunos seres humanos tienen hijos para justificar sus matrimonios y tienen matrimonios para justificar tener hijxs.
B.- Ese personaje atado a la tradición, la familia, la religión o la patria; que se resigna a que su identidad es algo fijo, inmutable: no quien realmente Es, sino quien fue, quién esperan que sea. El resultado de años de resignación, de máscaras, de no-identidad, de verdades de otrxs.
A.- Sin embargo, B, ni el personaje, ni tú, ni yo, ni ellxs, ni Teatro somos productos terminados.
Porque no somos productos.

Somos círculos
B.- Soy, y Teatro es, en círculo.
A.- Pasamos una y otra vez por los mismos sitios hasta que se miran de cara. Y el círculo no tiene ni antes ni después, no tiene un único sentido. Por eso, actualmente, los teatros son sitios tan especiales, ¿verdad? Como esto: un espacio de reflexión que, en el fondo, es un teatro. Porque hay un público —tú— y una reflexión —ésta—.
B.- Vienes al teatro a celebrar, regalas entradas, vienes a relajarte, a reír y a reflexionar durante un rato. Vienes para sentirte menos solo. Vienes porque todo esto —el mundo que se ve y se toca—, en muchas cosas, es un asco.
A.- Es una mierda.
B.- Un tiempo de tonalidades grisáceas en el que hemos caído en el poder y la ignorancia: la gran trampa. Hay mucho ruido aquí para mí. Hay mucho ruido para ti.
A.- Para todxs.
B.- Y el ruido siempre pretende convertirse en centro de tu atención. Ruido por dentro y por fuera. ¿Lo sientes?
A.- El mundo va muy deprisa y en el teatro hay que ir despacio. Tranquilx, aquí vamos lento. Allí, vamos con prisa, en secreto y con miedo. Aquí no. Y eso, que lo de allí fuera parece que es lo mejor que somos capaces de hacer.
B.- Sé que es duro. Es tan jodidamente duro que no lo podemos ni imaginar; que no somos ni conscientes de lo duro que eso —lo de ahí fuera— es. Porque, si lo fuéramos totalmente, sería insoportable.
A.- Sin embargo, en el teatro, aquí, la atención está en otra parte: en todo y en nada, en nuestro ruido interno y en el ruido externo. Y sí, ahora crees empezar a saber dónde. Lo estás sintiendo dentro de ti. Confía. Por eso el teatro es especial, ¿verdad?
B.- Es brutal, inesperado, específico. Y nosotroxs podemos hacerlo. Lo estás haciendo. Ante el ruido: teatro. Y quizás ahí es donde se encuentra el sentido de la vida, donde aún se aguarda la esperanza de que al final todo salga bien.
VOZ EN OFF.- En verdad, si la vida careciese de sentido y yo tuviera que elegir un sinsentido, tendría al teatro como el más digno de ser elegido.
A.- Entonces:
¿Cómo queremos ser, estar y hacer teatro?
B.- ¡AMOR FATI! Un teatro para aceptar, como hacen —o no— nuestros personajes, que nuestro destino no es el que creemos, sino lo que se nos cruza en el camino cuando nos desviamos por razones impensadas. Ni siquiera es necesario entenderlo: tan sólo aceptarlo. No perseguimos nada. Siempre llega lo que ha de llegar, porque nadie puede huir de lo que lleva en su interior. Tampoco yo. Tampoco tú. Lo difícil es no pensarlo. Si se piensa y no se acepta, no se consigue nada. Hablo de ti y de mí. Hablo del teatro. Para aceptar lo que somos hay que mirarse al espejo. Aceptar que nuestro cuerpo —los sentidos y el espíritu— es un juguete para la creación.
Así que Teatro es aceptar, agradecer, respetar y confiar. Porque eso es el amor.
Y todo ello con una exquisita concentración en un punto fuera, que acaba por convertirse en uno mismo: en el personaje, en la escena. Porque, si somos, estamos y hacemos teatro así, el teatro —la vida— no es duro. Sólo lo hacemos duro porque no lo aceptamos tal y como es. Porque no hay nada más injusto que el deseo, ni más fuerte que la decisión de hacerlo realidad. Y, por lo tanto, no le agradecemos y no le tenemos respeto, ni confianza. No le tenemos amor ni a la vida, ni al teatro. En verdad, amamos la vida —el teatro— no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar. Como hablaba Zarathustra: "En el amor hay siempre algo de locura. Más también hay siempre en la locura algo de razón." Amor fati.
A.- ¡AMOR SUI!. Un teatro para ser lo que somos sin mirarnos desde fuera. Yo he recibido mucho, y por eso quiero devolver. Porque ese equilibrio entre lo que recibimos y lo que damos es la única posibilidad de vivir, de hacer teatro sin engaños ni mentiras. Se miente por la vergüenza de ser como se es, porque no se quiere reconocer lo que se necesita, por el dolor, la soledad, la incertidumbre, la impotencia y el desamparo que supone. Pero hay que seguir adelante de todos modos, sin necesitar la aprobación. Tampoco la teatral. Quien busca la aprobación de los demás vive con un intruso dentro de sí mismo, nos decía Osamu. Sólo te enamoras de tu verdad cuando aprendes a no decir mentiras. Sí, corres ese riesgo. Un teatro, por lo tanto, que no busca compasión. Que no mendiga amor. Que no se compara, no aspira a ser superior, no compite, no se mide con los demás, sino con el alcance de nuestras posibilidades. Un teatro que no duda sobre lo que se ha aprendido, porque eso es ir hacia atrás. Amor sui.
B.- ¡IBI PAX, IBI LIBERTADS! Un teatro que percibe que, en el fondo, por muy dura o suave, difícil o sencilla que sea la realidad —incluso en la ficción— no tenemos que hacer nada para mejorarla. Está bien tal y como está. No precisa correcciones. Tú tampoco. Yo tampoco. Un teatro como mensaje de paz, aquí y ahora: sí, podemos dejarnos en paz ya. Todo para conseguir esa ansiada sensación de libertad. También en el teatro. También gracias a él. La libertad —también teatral— como esa completa entrega a lo que la Vida trae: regresar al pasado, expresar el presente, entregarse al futuro. Teniendo presente que pasado o futuro son paradojas: presente sólo se puede tener en el presente. No enfrentarlo. No imaginarlo. Vivirlo para expresarlo. Ibi pax, ibi libertas.
A.- ¡VERITAS NUDA! Un teatro que observa la realidad. En el teatro ni el tiempo ni el espacio son lo mismo... Aunque, en realidad, sí. Igual que tú y yo: somos lo mismo y no lo somos, aunque vivimos lo común, la realidad. Un teatro como esa proximidad absoluta que hace que desaparezca la realidad. Que desaparezcan esos falsos miedos que generan angustias creadas por vulnerabilidades, porque son simples instrumentos de poder contra unx mismo y los demás. Porque, con la realidad que tenemos —y es lógico— no es más que alarma, atención y cuidado. No miedo. Esos sueños, y algunas verdades —no todas todavía— que no queremos ni podemos ocultar ya, también son la realidad. El teatro. Todo eso que necesitamos expresar ya. No callar, como los personajes. Esos puntos oscuros donde se engaña nuestra percepción —en nuestros dormitorios, en mitad de la calle o en un teatro: juicios, preferencias, gustos, aversiones, ideas…— y la lucha por ese ideal de cómo se supone que deberían ser las cosas. Esa es la inspiración: la transparencia y desnudez más crudas ante la realidad y la ficción. Veritas nuda.
B.- ¡OMNIA IN ME! Un teatro para no necesitar nada. Un teatro que no necesita nada. No es que esté bien o mal... Pero todo construye o destruye. Necesitar no escoger. Y para no escoger —para elegir— se debe poder prescindir de lo que elegimos. Cuando las cosas se dejan, llega lo que debe llegar. Y el teatro se llena sólo de lo que hace falta. Es. Suficiente Es suficiente. Lo único que importa es proporcionar lo necesario cuando hace falta y a quien le hace falta. El exceso no es el camino. Lo que funciona es siempre sencillo. Cada elemento sabe qué tiene que hacer porque cada uno tiene su lugar. Y queremos comprender para saber darle a cada cosa el tiempo adecuado: a la luz, al espacio, al vestuario... Pero, sobre todo, al cuerpo y a la máscara —o no—. Para esto hay que creer, tener fe. Si no, el miedo hace que añadamos cuando no toca y que nos paralicemos cuando deberíamos movernos y reducir. Para esto hay que bajar la cabeza y atender a los pensamientos. Ser conscientes de las palabras con que se expresan. Y seguir el corazón para hacer coincidir pensamiento, palabra y obra. Sólo así no haría falta nada, nunca más. Y eso es libertad teatral. Omnia in me.
A.- ¡DOLCE FAR NIENTE! Un teatro donde no hay que hacer nada. Sólo es necesario no hacer lo que no queremos. Sólo así pasa lo que tiene que pasar. Y, por supuesto, no hacer dos cosas a la vez. Desde que haya calma. En nuestro teatro impera la calma. La calma que se encuentra en los lugares donde cada cosa está en su sitio y no lo está, donde cada persona se realiza con lo que ama, donde los espacios están repartidos con la armonía propia de la naturaleza. Un teatro para parar del pobre y pequeño mundo que se conoce con la razón. Estar en contacto. Respirar. Un teatro para encontrar, poco a poco, un lugar en el que desplegar la paz encerrada. Un lugar al que regresar si no lo soportas y huyes. O para quedarte para siempre. Un teatro que nos ayude a hablar más de ese ruido. A sangrar. Que el teatro nos ayude a poner atención sobre nosotrxs, para dejar de herir, para no herir a nadie. Porque cada vez que perdemos la atención, eso es lo que pasa: nos herimos y herimos a alguien. El teatro es uno de los lugares para atender y hablar de esas heridas. Para jugar con ellas. Para nosotrxs lo es. Y para ti, ahora, también. Porque, si no, te encierras en ti mismo y nadie sabe dónde estás. Y te queremos y queremos que tú sepas dónde estás. En el momento que vivimos, el teatro es, más que nunca, para eso: para expresarnos. Porque necesitamos expresarnos para saber dónde estamos. Saberlo nosotrxs y las personas que nos quieren. Dolce far niente.
B.- Pablo, todo esto que has escrito, parece que lo tienes reflexionado.
VOZ EN OFF.- ¿Yo? Hago mi camino: lo inauguro. En soledad. Hasta ahora. Yo soy quien se equivoca, yo quien acierta. Ahora, estoy en condiciones de saber y de, si todo va bien, asumir lo que sé y, lo más importante, lo que no sé y quizá nunca sabré. Por eso nunca he tenido algo tan claro en mi vida. Ya sé que no se puede huir del destino. Es un deber y una elección. Yo ahora sé lo que debo y quiero hacer con vosotrxs, contigo, con el teatro. Lo elijo, porque por fin son lo mismo.
A.- ¿Lo mismo?
VOZ EN OFF.- Cuando sabes lo que se debe hacer no se necesita pensar en lo que te gustaría hacer, porque es lo mismo. Es el sentido de la tierra: el teatro. Yo sé lo que hay que buscar y le doy importancia a lo que estoy buscando con vosotrxs, contigo. Por eso no me conformo. Porque sólo se conforma el que hace lo que no quiere. Quien sabe lo que debe hacer y lo hace, actúa con coherencia. Como vosotrxs. Como yo. Sé lo que tengo que buscar y eso me ha permitido encontrar el camino. Porque los que no saben lo que quieren acaban haciendo lo que no quieren. Porque se puede fracasar haciendo lo que no te apasiona o ser lo que amas. Así que no es que lo tenga reflexionado. Es que lo necesito y, además, ahora, sé cómo quiero que lo hagamos.
B.- ¿Y cómo estás tan seguro?
VOZ EN OFF.- Porque unxs niñxs lo saben y si rechazas lo que te llega de golpe, acabas descubriendo que no sólo era el único camino posible, sino el más cercano al corazón. Yo, a uno de esos niñxs, lo perdí de vista durante veintiséis años. Pero me di cuenta de que su fortaleza interna tenía que ver conmigo mismo. Sí: yo como mi propio referente del futuro. Y Él, a pesar del tiempo, de las máscaras y de todo este ruido, logró encapsularlo. Pablo ha cambiado: se ha hecho niño y hombre. Pablo está muy despierto. Entonces tuve la sensación de tocar lo que la fe había sostenido. Él, que es mi referente principal hoy, tan sólo espera que yo sea el suyo. Y yo sé que, si le pregunto: «¿Voy bien?» y él me contesta: «Sí, dale»… Si eso pasa, es que va a estar todo bien.
A.- ¿Y cómo se llamaría?
VOZ EN OFF.- Esta obra todavía no la hemos escrito.
Ese alguien es siempre uno mismo...
Y, entonces, comenzó su actuación

Ignatius Farray: "Nosotrxs somos nuestros primeros espectadores".