En verdad, si la vida careciese de sentido y yo tuviera que elegir un sinsentido, tendría al teatro como el más digno de ser elegido.
¿CÓMO QUEREMOS SER, ESTAR Y HACER TEATRO?
AMOR FATI
Un teatro para aceptar, como hacen —o no— nuestros personajes, que nuestro destino no es el que creemos, sino lo que se nos cruza en el camino cuando nos desviamos por razones impensadas. Ni siquiera es necesario entenderlo: tan sólo aceptarlo. No perseguimos nada. Siempre llega lo que ha de llegar, porque nadie puede huir de lo que lleva en su interior. Tampoco yo. Tampoco tú. Lo difícil es no pensarlo. Si se piensa y no se acepta, no se consigue nada. Hablo de ti y de mí. Hablo del teatro. Para aceptar lo que somos hay que mirarse al espejo. Aceptar que nuestro cuerpo —los sentidos y el espíritu— es un juguete para la creación.
Así que Teatro es aceptar, agradecer, respetar y confiar. Porque eso es el amor.
Y todo ello con una exquisita concentración en un punto fuera, que acaba por convertirse en uno mismo: en el personaje, en la escena. Porque, si somos, estamos y hacemos teatro así, el teatro —la vida— no es duro. Sólo lo hacemos duro porque no lo aceptamos tal y como es. Porque no hay nada más injusto que el deseo, ni más fuerte que la decisión de hacerlo realidad. Y, por lo tanto, no le agradecemos y no le tenemos respeto, ni confianza. No le tenemos amor ni a la vida, ni al teatro. En verdad, amamos la vida —el teatro— no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar. Como hablaba Zarathustra: "En el amor hay siempre algo de locura. Más también hay siempre en la locura algo de razón." Amor fati.
AMOR SUI
Un teatro para ser lo que somos sin mirarnos desde fuera. Yo he recibido mucho, y por eso quiero devolver. Porque ese equilibrio entre lo que recibimos y lo que damos es la única posibilidad de vivir, de hacer teatro sin engaños ni mentiras. Se miente por la vergüenza de ser como se es, porque no se quiere reconocer lo que se necesita, por el dolor, la soledad, la incertidumbre, la impotencia y el desamparo que supone. Pero hay que seguir adelante de todos modos, sin necesitar la aprobación. Tampoco la teatral. Quien busca la aprobación de los demás vive con un intruso dentro de sí mismo, nos decía Osamu. Sólo te enamoras de tu verdad cuando aprendes a no decir mentiras. Sí, corres ese riesgo. Un teatro, por lo tanto, que no busca compasión. Que no mendiga amor. Que no se compara, no aspira a ser superior, no compite, no se mide con los demás, sino con el alcance de nuestras posibilidades. Un teatro que no duda sobre lo que se ha aprendido, porque eso es ir hacia atrás. Amor sui.
IBI PAX, IBI LIBERTADS
Un teatro que percibe que, en el fondo, por muy dura o suave, difícil o sencilla que sea la realidad —incluso en la ficción— no tenemos que hacer nada para mejorarla. Está bien tal y como está. No precisa correcciones. Tú tampoco. Yo tampoco. Un teatro como mensaje de paz, aquí y ahora: sí, podemos dejarnos en paz ya. Todo para conseguir esa ansiada sensación de libertad. También en el teatro. También gracias a él. La libertad —también teatral— como esa completa entrega a lo que la Vida trae: regresar al pasado, expresar el presente, entregarse al futuro. Teniendo presente que pasado o futuro son paradojas: presente sólo se puede tener en el presente. No enfrentarlo. No imaginarlo. Vivirlo para expresarlo. Ibi pax, ibi libertas.
VERITAS NUDA
Un teatro que observa la realidad. En el teatro ni el tiempo ni el espacio son lo mismo... Aunque, en realidad, sí. Igual que tú y yo: somos lo mismo y no lo somos, aunque vivimos lo común, la realidad. Un teatro como esa proximidad absoluta que hace que desaparezca la realidad. Que desaparezcan esos falsos miedos que generan angustias creadas por vulnerabilidades, porque son simples instrumentos de poder contra unx mismo y los demás. Porque, con la realidad que tenemos —y es lógico— no es más que alarma, atención y cuidado. No miedo. Esos sueños, y algunas verdades —no todas todavía— que no queremos ni podemos ocultar ya, también son la realidad. El teatro. Todo eso que necesitamos expresar ya. No callar, como los personajes. Esos puntos oscuros donde se engaña nuestra percepción —en nuestros dormitorios, en mitad de la calle o en un teatro: juicios, preferencias, gustos, aversiones, ideas…— y la lucha por ese ideal de cómo se supone que deberían ser las cosas. Esa es la inspiración: la transparencia y desnudez más crudas ante la realidad y la ficción. Veritas nuda.
OMNIA IN ME
Un teatro para no necesitar nada. Un teatro que no necesita nada. No es que esté bien o mal... Pero todo construye o destruye. Necesitar no escoger. Y para no escoger —para elegir— se debe poder prescindir de lo que elegimos. Cuando las cosas se dejan, llega lo que debe llegar. Y el teatro se llena sólo de lo que hace falta. Es. Suficiente Es suficiente. Lo único que importa es proporcionar lo necesario cuando hace falta y a quien le hace falta. El exceso no es el camino. Lo que funciona es siempre sencillo. Cada elemento sabe qué tiene que hacer porque cada uno tiene su lugar. Y queremos comprender para saber darle a cada cosa el tiempo adecuado: a la luz, al espacio, al vestuario... Pero, sobre todo, al cuerpo y a la máscara —o no—. Para esto hay que creer, tener fe. Si no, el miedo hace que añadamos cuando no toca y que nos paralicemos cuando deberíamos movernos y reducir. Para esto hay que bajar la cabeza y atender a los pensamientos. Ser conscientes de las palabras con que se expresan. Y seguir el corazón para hacer coincidir pensamiento, palabra y obra. Sólo así no haría falta nada, nunca más. Y eso es libertad teatral. Omnia in me.
DOLCE FAR NIENTE
Un teatro donde no hay que hacer nada. Sólo es necesario no hacer lo que no queremos. Sólo así pasa lo que tiene que pasar. Y, por supuesto, no hacer dos cosas a la vez. Desde que haya calma. En nuestro teatro impera la calma. La calma que se encuentra en los lugares donde cada cosa está en su sitio y no lo está, donde cada persona se realiza con lo que ama, donde los espacios están repartidos con la armonía propia de la naturaleza. Un teatro para parar del pobre y pequeño mundo que se conoce con la razón. Estar en contacto. Respirar. Un teatro para encontrar, poco a poco, un lugar en el que desplegar la paz encerrada. Un lugar al que regresar si no lo soportas y huyes. O para quedarte para siempre. Un teatro que nos ayude a hablar más de ese ruido. A sangrar. Que el teatro nos ayude a poner atención sobre nosotrxs, para dejar de herir, para no herir a nadie. Porque cada vez que perdemos la atención, eso es lo que pasa: nos herimos y herimos a alguien. El teatro es uno de los lugares para atender y hablar de esas heridas. Para jugar con ellas. Para nosotrxs lo es. Y para ti, ahora, también. Porque, si no, te encierras en ti mismo y nadie sabe dónde estás. Y te queremos y queremos que tú sepas dónde estás. En el momento que vivimos, el teatro es, más que nunca, para eso: para expresarnos. Porque necesitamos expresarnos para saber dónde estamos. Saberlo nosotrxs y las personas que nos quieren. Dolce far niente.